domingo, 25 de diciembre de 2016

Gata amarilla: cuentos para niños

FRAGMENTO de Gata amarilla:
...La gata amarilla conocía el secreto que sus congéneres ignoraban: maullar. Maullaba y rozaba su cola por entre las piernas de los humanos. Así se comunicaba con ellos.
Solo que ahora, en esos instantes, solo veía una oscuridad dentro de la casa de sus dueños.
Así estuvo esperando un día.
Al segundo día esperó pacientemente que uno de sus dueños llegara.  Tampoco consiguió verlos de regreso. Pero el tercer día, si realmente era el tercero porque no sabía contar en orden consecutivo, se dio cuenta que habían llegado unos humanos a la supuesta propiedad de sus dueños.
Empezó a maullar desesperadamente.
Deben ser ellos, maullaba, a lo mejor me dan un poco de leche y mucho cariño.
Apenas la vieron la ignoraron. Comprendió que esos humanos eran diferentes.  Casi no se parecían a sus dueños.

La gata amarilla se asustó. Dejó de mover la cola y emitió unos maullidos que emiten los demás gatos que llevan  una vida huraña y salvaje, alejados de los humanos. Afincó sus patas y corrió cuanto pudo. Al virarse comprendió que ya su casa, o la casa de sus dueños, donde ella había nacido y crecido no se encontraba. En su lugar se esparcían  montones de escombros y una humareda que no permitía ver a sus alrededores.

Al cabo de unos días se percató que estaba sola. Se había quedado completamente sola. Pero tenía una esperanza. Aún conservaba un collar alrededor de su pescuezo que la hacía llamativa entre los gatos de la vecindad. También alguien podría identificarla y comunicárselo a sus dueños...

Pupy & Pancha: cuentos para niños

FRAGMENTO de Pupy, el ratoncito blanco:
...Ya casi Manny había dejado su rol de mediador en el conflicto contra Pupy.
Si me van a ajusticiar, expresó Pupy, tengo derecho a quejarme primero.
¡Qué ¨derechos¨ tú hablas!..., intervino Ayán, si los humanos los violan.
          ¡Sí, síiii!, gritaban varios grupos de ratones.
Jamás seremos tratados como mascotas, seguía hablando Ayán. Más bien nos aniquilarán. Reducirán a cero nuestra especie a través de venenos.
Permiso, dijo Pupy, si ustedes siguen  mordisqueando sacos de alimentos en los almacenes, los humanos seguirán envenenándolos…
¡Calla ese hocico rosado!, le interrumpió otra vez Ayán.
Si me han de comer, me habrán de escuchar, prosiguió Pupy. Pero recuerden que muy  pronto, después de tragarme, algunos de ustedes se convertirán en  una masa química. Seguro morirán como mi especie, la de ratones blancos. De lo contrario ya es hora de exigir nuestro derecho animal a convertirnos en mascotas… ¡y que nos traten  como tal! ¨Ratón es más que blanco, más que mulato, y más que negro.¨
Entonces solo se escuchó un silencio. Luego un grupo de ratones, aterrorizados por las palabras de Pupy, comenzaron a irse. Dejaban que otro grupo se encargara de probar la carne blanca de Pupy y que corrieran el riesgo de envenenarse por culpa de un ¨desecho químico, alias Pupy Uno, marca registrada¨.
Ya es la hora, le decía alguien en el interior de Pupy, ya es la hora de correr, de huir.
Pupy se lanzó a la corriente de agua que terminaba de salir con más firmeza por uno de los tubos. Se dejó llevar por el impulso de esa corriente hacia un destino fortuito. Si había logrado escapar de las prácticas de laboratorios, seguro escaparía de la encerrona en que se encontraba.
No sabía si aún lo perseguían aquellos a quienes les había predicado la tentación de ser una mascota. No podía creer que fuera recibido así por sus semejantes, porque eran ratones como él, aunque de diferentes especies o razas.
Pupy continuó agitando sus patitas. Levantaba lo más que podía su hociquito con tal de que no le entrara agua. Tampoco quería probar esa turbia agua. Había desconfiado igualmente del  agua que le servían en las jaulas de los laboratorios.

En cuanto vio un chispazo de luz natural, se hizo avanzar más con sus patitas. Quería salir cuanto antes de aquel mundo furtivo. De verás iba a salir. En verdad acababa de salir. Al instante vio una superficie seca. Caminó por allí con muchos escalofríos. Estornudaba. Pensaba iba a pescar un resfriado. Le esperaría una gripa después de unos días...
FRAGMENTO de La yegua Pancha:
...Había estado cortando hierba durante más de una hora. En su coche transportaba unas maderas para venderlas en el pueblo donde vivía.
Vamos, Pancha, le tiraba besos, dale... sigue, Pancha, sigue.
Y es que aquellos ¨besos¨ no eran más que órdenes, las cuales esa yegua interpretaba como una acción a cumplir. O sea, seguir adelante, camino arriba, camino abajo.
El cochero recordaba que muchas veces había estado a punto de comprarse un auto. Le fascinaban los autos. Más bien urgía cuanto antes de hacerse de algún vehículo de tracción con fines laborales. Pero como tenía escasez de recursos tuvo que conformarse con un coche y una yegua. Con una yegua llamada Pancha.
          Pancha, arriba, repetía, Pancha, abajo. Sigue, Pancha.
Apenas dejaba de hablar con su yegua, volvía de nuevo a vocearle su nombre y Pancha comenzaba a relinchar de felicidad por solo escuchar la voz de su amo.
Oh, mi yegua fina. A mí debieran darme una licencia de conducción. Mira qué bien conduzco.
El cochero se vanagloriaba de ser un gran chofer. Alardeaba que era el mejor de su pueblo porque nunca había tenido un accidente, y un poco que menospreciaba a su yegua.
Son mis manos las que te guían, Pancha. Oh, soy  un gran chofer. Mírenme, gente, vean al mejor chofer de carruajes... y de autos.
La yegua Pancha relinchaba. Hacía unas muecas con su bocaza para acomodarse los arreos y continuaba la marcha...

Miquito & Susel: cuentos para niños

FRAGMENTO de Miquito:
...La anciana apenas vio aquel cuadro de depredadores alrededor del miquito, comenzó a ¨ladrar¨ como esos perros. Quería que desistieran de su empeño, en asustar y acabar a mordiscos al miquito que deliraba tumbado en el suelo.

¡Eah, gritaba la anciana, apártense del monito, malvados…,y no lo muerdan! ¡Eah! ¡¡Eah!!
…Grruuu, le gruñía el perro guía, gruuu, váyase, no es asunto suyo…grruuu.
Los perros no tenían intenciones de obedecerla. Mientras más le gritaba la anciana, más se acercaban al monito.
La anciana optó por otra táctica: empuñó su bastón. Le apuntaba a los perros. Así estuvo durante más de media hora. El miquito dejó de moverse. El jefe de la manada de perros se retiró y sus secuaces fueron tras su cola.
En verdad la anciana no comprendía por qué se habían ido los perros.  No habían logrado morder al monito y abandonaban a su presa.
Cuanto estuvo más cerca del miquito, con su bastón empezó a palpar al monito. No le vio un rastro de sangre. Había acabado de cerrar sus ojitos. La anciana no sabía si para siempre. Con la compasión de madre se agachó y lo tomó en sus brazos. Aquel miquito no pesaba ni un kilo, ni una libra. Se estaba muriendo. Peor aún: deliraba por una enfermedad llamada hambre.
Claro que la anciana no sabía de lo que sufría el miquito. De lo contrario, sería muy difícil que hubiera cargado con ese monito delgaducho.
Lo envolvió en una sudadera que llevaba puesta. Durante varios días había estado lloviendo. El sereno, muy fuerte por aquellos días, había traído un brote de gripa en los humanos. Los miquitos y otros animales también sufrían de otras enfermedades, aparte de  la que aquejaba al ejemplar que cargaba la anciana. Solo que esa enfermedad se curaba con alimentos.

          Una criatura más,  repetía la anciana, que nada molesta...
FRAGMENTO de Susel:
De pronto vio que no se encontraban atrapados. Aquellos pajaritos no se encontraban atrapados, y que realmente estaban construyendo un nido en aquel muro colapsado por los vientos que había traído la tempestad.
A la curiosa Susel le llamó la atención lo que su mamá estaba haciendo. Había buscado en el bodegón de  la casa unas trampas y venenos contra las ratas.
          Oh, sí, repetía Susel, es veneno.
Lo sabía porque su papá había colocado trampas en el sótano de la casa que estaba levantada sobre bloques.

          No, mamá, le dijo, cuidado que no son ratas.
          ¿Qué dices, mi niña?
La mamá le hizo poco caso a la niña. Se dirigió hacia el patio para colocar las trampas:
          Seguro caerán, decía, ratones mugrientos.
Susel se fue tras ella y le dijo:
          Que no, mamá, son pajaritos.
          ¿Pajaritos, mi niña?
          Sí, mamá.


Terminó por señalarle a dos pajaritos que habían reanudado el vuelo...

Tita y Tato & El pájaro gris: cuentos para niños

FRAGMENTO de Tita y Tato:
...Sin darse cuenta Tato bajó hasta esa rama. Volvía a preguntarle a Tita:
¿Cómo te llamas, preciosa? Recuerda que no debes posarte encima de esas jaulas.
Parecía que Tato jamás iba a llamarle la atención a Tita, quien seguía mirando hacia la jaula, y más aún, hacia su interior, donde había alimentos difíciles de conseguir.
Tita comenzó a revolotear encima de una de esas jaulas. Con sus patitas se aferró a una parte frontal de la jaula. Intentaba con su pico comer del alimento que se encontraba esparcido dentro de esa jaula. Pero no llegaba con su pico.

Aleteó un poco y llegó a la cima de la jaula y se posó. Tita sintió un vacío similar a la fuerza de la gravedad.  Era una fuerza que la atraía como un imán. Parecía que se la tragaba.  Al tocar el fondo de la jaula con sus patitas no se dio cuenta que estaba encerrada. La cantidad de alimentos le fascinaba.
Comenzó a picar y a tragar cuanto veía. Cuando ya a su buche no le cabía un grano  quiso volar entre los barrotes. Quería beber agua de un río que se veía detrás de unos árboles.
Entonces, Tato, muy triste, se acercó a la jaula y le dijo a Tita:
          ¿Ya ves? Si me hubieras escuchado no estarías así
          ¿Qué yo hago aquí?, ayúdame a salir.
     Te voy a ayudar, expresó Tato, pero dime cómo te llamas.
          Me llamo Tita, ¿y tú?
          A mí me dicen Tato.
          Bueno, ya sabes mi nombre. Ahora sácame de aquí.

Pero Tato no podía hacer nada por Tita. El cazador acababa de regresar. Portaba varias jaulas en un carro. La última jaula que colocó  en el vehículo fue la de Tita. Esa bella azuleja se sentía más triste que antes.  Se veía diferente. Solo que ahora era Tita la que llamaba a Tato...
FRAGMENTO de El pájaro gris:
...Cuando estuvo lo suficientemente cerca del pájaro gris, unos rayos de sol le encandilaron la vista. Pero pudo asirse a un gajo. Ahorró  calma, y así fue como pudo ver a otro pájaro gris que se movía mucho menos que su compañero. Se estaba disecando.
Raulito pudo ver que las patas  de uno de los pájaros se encontraban firmemente asidas a una rama. Aquello impedía que se cayera del árbol.  ¿Sería su compañera? Apenas circulaba esa idea en su cabeza.
Con mucho trabajo logró descender del árbol. Los amiguitos se quedaron tartamudos al verlo otra vez caminar junto a ellos.
          Bueno, le dijeron, cuéntanos qué viste.
A otro pájaro que estaba más quieto; no se movía; eran dos.
¿No se movía?, se preguntaron sus amiguitos.
Aunque tenía los ojos así como...
¿Los ojos...? ¿Qué más, Raulito, qué más viste?
Creo que no me vieron. No, creo que uno no veía.
¿Un pájaro ciego, Raulito?
No sé, caballeros, parece que se estaba disecando y brillaban menos sus plumas.
Esa misma tarde Raulito le contó a su hermanita Janniela su proeza. Se había quedado boquiabierta al escuchar a su hermanito.
          ¿Y por qué... por qué no se movía el otro pájaro?
Casi no veía, Janniela, no tenía ojos, no parecía tenerlos.
Oh, qué miedo... un pájaro sin ojos.
Cada vez que visitaban el parque, caminaban alrededor de aquel árbol. Le daban varias vueltas para buscar un ángulo que les  permitiera ver a los dos pájaros: a uno que apenas se movía y a otro completamente inmóvil...

La cigarra muda & Foki el gozque: cuentos para niños

FRAGMENTO de La cigarra muda:
...Nunca en su vida había escuchado a un insecto cantar.  Joseíto nunca lo había escuchado. Pero aquella vez que lo tuvo delante de sus ojos, no podía creer que aquel insecto había detenido su canto.
Se hacen los dormidos, repetía un amiguito. Amarrémosle un cordel.
¿Cómo que un cordel?, se preguntaba Joseíto.
Sí, afirmó otro amiguito. Lo amarramos y le damos vueltas así.
Delante de Joseíto había amarrado a ese insecto. Le hacía dar vueltas en el aire como un remolino. Entonces la chicharra o la cigarra, que era el nombre de ese insecto, comenzaba a cantar.
En cuanto su amiguito se detenía, la cigarra dejaba de entonar su canto monótono. Cuando su amiguito descansaba un brazo, con el otro volvía a agitar a la cigarra, que de nuevo cantaba.
 Así estuvieron durante más de una hora hasta que Joseíto se cansó. Tanto Joseíto como sus amiguitos se agotaron al hacer girar, ya fuera hacia adelante o en sentido reverso, a varias cigarras. Todas estaban cansadas excepto una cigarra que se movía, pero no cantaba...
FRAGMENTO de Foki el gozque:
Lo animó a pasar. Gonzalo miró alrededor. Por ningún lugar vio cachorros.  Se respondió que se trataba de una burla. Debía ser una burla. Pero cambió de opinión al ver que esa persona que le había abierto la puerta llevaba en sus manos a un cachorrito profundamente dormido.
          Esto es un regalo, le dijo esa persona.
          ¿Seguro?, expresó Gonzalo, ¿no le debo nada?
          Sí. Excepto una cosa.
          Veamos de qué se trata.
No se lo voy a vender, decía esa persona, es un ¨regalo¨. Pero recuerda bien esto que le voy a decir: no puede abandonarlo porque le perseguirá una maldición.
¿Una maldición a mí?
Así mismo.
No creo en las maldiciones.
Este es el último. Ya regalé 4.
¿El último? Entonces me lo llevo.
Pero si abandona al cachorro desde ya le perseguirá una maldición.
Ya le dije, respondió Gonzalo, que no creo en las maldiciones. Tampoco lo voy a abandonar.



Aquella persona le depositó el cachorro en sus manos. Gonzalo sintió un ligero corrientazo en sus extremidades superiores. Se llenó de gozo, y con júbilo, debido a que había recuperado sus espejuelos y acababa de recibir gratis un cachorro que sin dudas se iba a convertir en su mascota.
          Te llamarás... Foki, le dijo al cachorrito.
En cuanto llegó a su casa sus dos hijos se contentaron al ver a aquella criatura que casi no podía andar sobre sus cuatro  patas. Le acariciaron su pelaje. Parecía una lana fina, de una piel muy codiciada en los mercados...

Adorables mascotas: cuentos para niños

FRAGMENTOS de Bené el "castorcito":

...Ahora estaba casi a punto de maldecir la hora en que había salido de casa.
Pero se hubiera quedado sin gusto la sopa, decía en         
voz baja.
Volvió a mirar hacia el cielo perforado y reventado, de donde salían flujos de aguas:
Si de esta no sobrevivo, quisiera que mi hijo conozca la vida.
Entonces haz una promesa, hija mía, le dijo alguien que no se sabía si era un hombre o una mujer.
Qué miedo, deliraba  la futura mamá de Bené, no sé quién es usted ni de dónde viene.
Soy yo, la voz que silba entre las montañas. Nada puedo hacer arriba en el cielo. Pero aquí abajo mando con absolución.
Está bien, respondió la hembra embarazada, ¿qué debo hacer?
Una promesa, hembra, que deberás cumplir. De lo contrario, se revertirá contra ti la maldición de las aguas y te ahogarás un día.
La futura mamá de Bené al no ver de dónde provenía aquella vozarrona obedeció.  E hizo la promesa de no salir más bajo una amenaza de tempestad.
          Hay una cosa, hija mía.
¿Cuál, dígame qué debo hacer, o  añadir a la promesa que hice? 
Tu hijo sobrevivirá, pero no crecerá mucho.
Bueno, con tal de que sobreviva me contentaré.
El nivel de agua comenzó a subir y la criatura se convirtió en el bebé Bené. La  mamá no podía creer que su naciente hijo hacía unos movimientos bajo el agua: nadaba. Movía los brazos y las piernas.
La mamá lo levantó para que pudiera respirar en la superficie, pero Bené, el nombre que le pusiera más tarde,  quería  seguir sumergido.
Al cabo de unos meses el niño Bené tenía el parentesco a una criatura aún. La mamá de Bené volvió a recordar a aquella voz que le repetía: ”Tu hijo sobrevivirá, pero no crecerá mucho”...

FRAGMENTO de El dóberman solitario: 
... Un día su dueño salió  por cuestiones de negocios. Había dejado a su dóberman en casa. Solo una puerta dejó abierta: la del fondo que conducía al patio.
El dóberman seguía corriendo de un lado a otro por toda la casa. Cada vez que escuchaba las zancadas de alguien, corría hasta el patio. Enseguida divisaba al autor de las zancadas  y emprendía a ladrarle. Como siempre,  ladraba poco, y se le quedaba mirándole.
 Aún le quedaban alimentos al dóberman. Solo que su amo continuaba ausente. Por lo general no era común que se ausentara muchos días. El dueño había calculado unas raciones de alimentos para equis días.
Siguieron pasando esos días. Los días no pasan por gusto. A causa de la soledad aquel dóberman consumía más alimentos que cuando su dueño se encontraba en casa. Como mascota, al fin y al cabo, necesitaba de alguien, de algún amo que le pasara la mano por la cabeza y el lomo. También necesitaba un baño cada mes. Y ya casi se estaba acercando el calculado y prometido baño que se merecía como buena mascota que era.
Los dóberman son perros muy vigilantes. Vigilaba cada centímetro de la casa. Seguía ladrando y mirando a los extraños caminantes que rondaban la propiedad. Cada día que pasaba era un día más sin ver a su amo. Sin recibir caricias. Así también disminuían las reservas de alimentos.
Poco tiempo después uno de esos vecinos que miraban mucho los alrededores se dio cuenta que el amo del dóberman se había ausentado demasiado tiempo. Comprendió que algo andaba mal. Que ya aquel perro en vez de ladrar, aunque lo hiciera poco, ahora gemía, sí, gemía casi como una persona...
FRAGMENTO de El sinsonte cantor:
...En un  nido de un gigantesco árbol se encontraba un pichón de sinsonte. Sus padres se sentían seguros de haber construido el nido en un lugar lejos de los humanos. Estuvieron huyendo de la tala de árboles y creyeron que en ese árbol no habría problemas.
El pichoncito se sentía muy solo. A veces trinaba demasiado y su trino volaba por el aire en busca de sus padres. El pichoncito se puso a recordar un consejo de su madre:
Mi pichoncito querido, cuando están volando aves o algunas se posen en el árbol, deja de trinar para que no te descubran.
Pero el pichoncito recordó muy tardíamente ese consejo. Había dejado de trinar. De repente, un ave muchísima más grande que sus padres comenzó a merodear por el árbol.
El pichoncito creyó que con su silencio iba a burlarse de aquella ave con un pico en forma de gancho que lo asechaba.
 Aquella ave volaba y revoloteaba por el árbol. Se fue acercando al nido. Fue metiendo su pico en los redondeles de pajas y plumas del nido hasta que al fin lo vio.
 El pichoncito rememoró otro consejo de sus padres:
Y recuerda esto también: cuando te descubra un ave, vuela e intenta esconderte abajo, en un hierbazal, que yo  o tu padre, te localizaremos con nuestros trinos.
Pero tampoco pudo volar el pichoncito. Sintió las  garras de aquella ave con un pico en forma de gancho que intentaba desprender el nido. Quería que su cría lo presenciara vivo a él, un pichoncito de sinsonte,  para practicar con sus piquitos en forma de ganchos e irlos introduciendo en su cuerpecito carnoso y  de pocas plumas...