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Se mueve,
¿se mueve?
No, tío. Es
la corriente marina.
Gary se
reía como un muchacho que había encontrado un juguete extraviado. Solo que
ahora tenía que hacerlo suyo. De su propiedad.
Claro que
sí, repetía, es mío, mío. Lo encontré yo.
Para que
sea tuyo, expresó Febles, tienes que nadar hasta aquella orilla.
Dónde...
¿allá?
Febles le
señaló un punto de la costa por donde podía acceder a un trillo. Desde el bote
tenía una mejor ubicación del itinerario. Le pidió calma a su sobrino. Que no
lo abandonaría, pero que no podía subir el objeto a bordo.
Al cabo de
unos instantes, Gary se dio cuenta que el objeto reposaba sin preocupación como
él. Se había dejado domesticar como una mascota. Solo faltaba que hablara o
emitiera un gemido.
Comenzó a
nadar como un profesional, con estilo libre, a la vez que empujaba con su
cabeza el objeto. Febles lo siguió mientras pudo. Por detrás del bote Gary nadaba
en dirección a una parte de la costa donde no se divisaba a ningún bañista.
Febles
desistió. Ya no podía cubrirlo más. Pensó que era copartícipe de un robo. De
algo que tenía que devolver. Recordó las veces cuando su sobrino le hablaba de
la fragata española Navegador. También dudó que ese raro objeto perteneciera a
ese barco español. Volvió a pensar en
tantas cosas que le dio unos dolores de cabeza. Creyó que todo le daba
vueltas: el bote, los guardacostas, su privilegiada licencia de pescador, los
bañistas, un buzo furtivo que vio rondar próximo al bote y muy cerca de Boca
Chipiona, su sobrino, y otra vez el mentado objeto que no sabía su estructura,
pero que ´podía ser un baúl de media braza, sí, debe medir media braza´.
¡Recuerda
envolverlo bien!, le gritó a Gary.
Casi no lo
escuchó. Seguía nadando a estilo libre mientras empujaba el objeto con su
cabeza. Supuso que debía envolver el regalo del mar en un saco de yute que
Febles le había tirado dentro de una mochila. Apenas llegara a la costa tenía que
envolverlo. No quería que nadie lo viera llegar. Al dar pie sacó el saco de
yute. Metió el objeto cilíndrico dentro del saco y lo encestó en la mochila.
Comprobó que la táctica de Febles iba a dar resultado. Que sí cabía el objeto
en el saco de yute. Que la mochila camuflaba
el interior, el regalo del mar. Entonces respiró feliz. Pero caviló que
aún no tenía seguro ese antiquísimo objeto. Tendría que andar por la calle;
esperaría que su ropa se secara; abordaría un ómnibus público y luego llegaría
a casa. Solo hasta allí, hasta su
casa, estaría seguro.
Jamás
imaginó que un huracán le iba a evitar comprar equipos de inmersión para buscar
lo que había encontrado, asido entre arrecifes...